El Maule fracturado: Las secuelas estructurales del 27F en Talca y Curicó

Durante casi 4 minutos, gran parte del país más largo del mundo se agitó sin control, el tiempo pareció detenerse mientras el suelo se sacudía como si intentara deshacerse de 200 años de historia, provocando así daños y pérdidas que aún 15 años después siguen latentes en el sentir de toda la nación.

El sismo se sintió desde la región de Antofagasta hasta Los Lagos, extendiéndose por más de 2000 kilómetros, pero hubo sectores que vieron la luz del día mucho después que otros. El Maule fue una de las regiones más afectadas, donde el pacífico no tuvo piedad en las costas y el movimiento telúrico dejó a las grandes ciudades con una postal deprimente. No solo se perdieron hogares, sino también espacios que definían a los maulinos.

Un claro ejemplo es Curicó, tierra de vinos y tradiciones, que sintió la caída de madera, barro y adoquines entre la invisibilidad que proporcionaba la noche. El silencio de la madrugada se vio interrumpido por derrumbes de lugares icónicos que, hasta el día de hoy, no se han podido recuperar y que cambiaron definitivamente el paisaje del casco histórico de la ciudad de las tortas. 

Entre los lugares más afectados de la ciudad encontramos monumentos como:

  1. El Santuario el Camen.
  2. La Escuela Presidente José Manuel Balmaceda.
  3. La Prensa.
  4. La Iglesia San Francisco
  5. El Teatro Victoria        

Talca no se quedó atrás en ese ámbito, dejando a muchas familias sin espacios de trabajo, de adoración y de estudio. Lugares como el Mercado Central, la parroquia el Corazón de María y el colegio Las Concentradas, fueron los principales en representar la magnitud del daño que dejó el terremoto en la infraestructura patrimonial y funcional de la Ciudad. Estos sitios no solo cumplían el rol práctico de la vida cotidiana de las personas, sino también la identidad compartida, que ha sido marcada para las antiguas y nuevas generaciones.

Estas dos ciudades son ejemplo de que uno puede levantarse ante el desastre, de no rendirse, de salir adelante, como la Escuela Presidente José Manuel Balmaceda de Curicó, que es catalogada como “un sinónimo de resiliencia” por su directora María Verónica Wistuba.

Para algunos, lo material no significa gran pérdida, porque las tablas y fierros pueden volver a pararse, más lo que representa un verdadero daño es ver en ruinas el lugar donde alguien creció o donde generó los recuerdos más bonitos. Un templo, una escuela o un teatro no son solo edificios, son guardadores de emociones y experiencias que forman a las personas y el reconstruirlas no solo implica volver a unir las piezas físicas, sino también volver a conectar el alma con lo vivido.

La famosa ciudad de las tortas se despedía de un día muy caluroso aquella noche del 26 de febrero. Los niños, adolescentes y universitarios le decían adiós al verano y a las jornadas de festival, pues marzo ya era inminente, pero nadie imaginó que el tercer mes del año llegaría mucho después tras un cataclismo que seguirá para siempre inmerso en los anales de la historia de Chile.

Roberto Valenzuela, agente pastoral y fiel seguidor de la Virgen del Carmen, pasó parte de la noche del 26 de febrero encerando el piso del Santuario El Carmen, para lo cual debieron poner las bancas de pie. Roberto dejó el lugar con la idea de volver al otro día a regresar todo a su lugar, pero el destino y la naturaleza quisieron otra cosa. El agente pastoral despertó con el suelo en sus pies moviéndose desenfrenadamente y luego de esos fatídicos 3 minutos, esperó que pasaran las réplicas para poder ir a revisar el templo que había limpiado la noche anterior.

“Apenas se podía ver, pero ya notábamos que había un desastre. Gran parte del altar se vino abajo” es lo que narra Roberto con respecto al impactante primer encuentro con la iglesia.  Lo que pudieron detectar a pesar de la poca luz fue:

  1. El altar se vino abajo.
  2. La cruz doblada.
  3. Las bancas de pie.

El punto final de la lista anterior es importantísimo, porque es como si una fuerza o ser más grande que ellos les dijera que el lugar de los feligreses no había cedido al sismo, que aunque la iglesia estuviera dañada, no estaba acabada porque los fieles seguían en pie.

El sacerdote secó sus lágrimas y de ahí en adelante comenzó la ardua labor de desmantelar la iglesia para volver a levantarla, porque el templo no se derrumbó, pero sí sufrió daños que no se habrían podido reparar si no fuera por el desmantelamiento de este, lo que fue un arduo proceso que duró más de 10 años. Se recuperaron materiales y estructuras como los pilares y la fachada se mantuvo casi intacta. 

Roberto y los otros fieles contaron con apoyo regional y de la comunidad, nunca dejando de celebrar culto a la virgen ni la tradicional novena o la procesión en el mes de octubre aunque fuera en lugares como colegios o los patios de las casas de los feligreses. La fe en la reconstrucción nunca decayó, aunque la empresa a cargo haya presentado problemas y la restauración demorara casi 10 años.

Roberto es abogado de profesión, pero ama la obra en la iglesia

“Hay que molestar, hay que insistir, hay que andar como mosca dando vueltas hasta que se logren las cosas”

Roberto Valenzuela
Roberto ha sido miembro de la congregación y ha trabajado activamente por más de 15 años

Actualmente, la congregación permanece más fuerte que nunca, con sus actividades siendo realizadas con normalidad. Roberto agradece la ayuda del gobierno y, aunque la fe es muy importante, también destaca la ayuda comunitaria y el trabajo duro, porque el lugar que él considera su “segundo hogar” aún estaría en el suelo si no fuera por la colaboración de los fieles curicanos.

La comunidad que levanta

Los templos del saber también sufrieron con el 27F y algunos de ellos aún no han podido levantarse en un sentido estructural, pero no en un sentido de alma y espíritu, porque Curicó es sinónimo de valentía. 

Siguiendo con la importancia de la comunidad, tras el terremoto, la periodista curicana Carolina Reyes Bravo se unió a varios ex estudiantes del Colegio Santo Tomás, antiguo Colegio de la Inmaculada Concepción fundado en 1899. Juntos, recuperaron objetos para restaurar y limpiaron escombros del lugar que les vio crecer y formarse como ciudadanos.

Actualmente, Carolina dicta la clase de Marco Normativo en la carrera de Periodismo en la Universidad Autónoma, sede Talca.

Lo anterior evidencia nuevamente que la comunidad es importante cuando se trata de levantarse y que los edificios no son solo piedras y cemento, son espacios donde guardamos pequeños pedazos de nuestra alma y eso es lo que más importa. Carolina lamenta la pérdida de lugares que daban identidad al colegio, que al mirarlos evocaban historia, sobre todo las construcciones de adobe, pero aún así reflexiona que, aunque sean importantes, debemos priorizar siempre la seguridad “Uno tiende como a aferrarse a lo emocional o a lo estructura material de aquello, pero si está en riesgo la seguridad, no hay nada más que hacer”.

Las cicatrices en la educación

En la esquina de la intersección de las calles O’Higgins y Merced, en el casco histórico de la ciudad, se ubican las ruinas del antiguo edificio de la Escuela Presidente José Manuel Balmaceda, fundada en 1896 bajo decreto supremo en el gobierno de Pedro Montt.

Quienes pasan todos los días por ahí se preguntan qué será del lugar, si se volverá a construir o no, si existe o no, y lo cierto es que el centro educativo todavía funciona bajo el mismo nombre, pero en un lugar diferente.

Créditos: Escuela Balmaceda – Carolina Olivares Morales – https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Escuela_Balmaceda_1.jpgCC BY-SA 3.0

María Verónica Wistuba, actual directora del recinto, era profesora en el mismo lugar en ese entonces, por lo que conoce muy bien la historia. Con respecto a la infraestructura, comenta que “El edificio era de adobe y pasó por varios terremotos, aunque el último no lo resistió” El sismo del 27F dejó inhabitable el establecimiento y obligó a la escuela a trasladarse a las instalaciones del Colegio San Antonio, el colegio más antiguo de Chile durante todo el año 2010. Ahí, no funcionaban bajo su propio nombre y perdieron su Rol Base de Datos. 

En el año 2011, volvieron a ser la Escuela Balmaceda, pero en un espacio físico totalmente diferente al que conocían y donde se mantienen hasta el día de hoy. El recinto está ubicado a un lado del Estadio La Granja en la Avenida Juan Luis Diez y en vez de salas amplias, la educación se lleva a cabo en containers, en un inicio no había patio de juegos y la calefacción es un problema constante. 

A pesar de ello, la directora se emociona cuando la jefa de UTP Natalia Salazar expresa que “los niños dicen que su escuela es bonita” y que “la ven con ojos de cariño”. Han tenido que pasar por muchas adversidades y al principio es un desafío estar ahí, pero con el tiempo se acostumbran, un claro ejemplo de la determinación y el sentido de supervivencia que hay en el ser humano.

Un aspecto importante a la hora de considerar el por qué no se ha reconstruido hasta el día de hoy la Escuela Balmaceda y muchos edificios afectados es porque cuentan con la calidad de monumento. María Verónica Wistuba declara que “Se peleó casi dos años entre que Monumentos decía que se construía igual, y el Ministerio decía que había que respetar las nuevas normativas.” confirmando así que la lucha entre preservar lo pasado y que cumpla con las exigencias del presente es algo muy complicado.

Talca despertó entre escombros y polvo. El casco histórico, compuesto por viviendas coloniales, edificaciones de adobe y construcciones con más de cien años de antigüedad, sufrió daños irreparables. Las calles que antes albergaban salas de clases, espacios de comercio y templos de adoración, hoy muestran paredes desgastadas y techos desplomados.

Fachada del Mercado Central, 2025.

Uno de los íconos más representativos del centro fue el Mercado Central de Talca, con una larga historia y muchos desafíos. Su particular diseño y función como núcleo económico lo hacían vital para la comunidad. El terremoto destruyó prácticamente toda su estructura, obligando a los locatarios a trasladarse al nuevo mercado provisorio de la ciudad.

Sonia Miranda, vendedora de almacén y artesanía en ese entonces, recuerda con nostalgia: “Eran muy buenas las ventas, en un solo día vendía veinticuatro mil pesos, y ahora estoy contenta si vendo diez mil”. Para ella, el mercado era más que un espacio comercial; era un entorno de vida, vínculos e identidad. “Nadie está de acuerdo con sacar la pérgola de las flores, eso es tradicional”, agrega con pesar. La pérdida no solo afectó su sustento económico, sino también su sentido de pertenencia.

Sonia Miranda, dirigente del Mercado Central de Talca.
Nicodemus González, fundador del Foto Studio “Chévere”.

A ese sentimiento se suma Nicodemus González, dueño del Foto Studio Chévere, quien estuvo más de 40 años instalado en el mercado. “Conocí incluso a mi señora ahí. Empecé con mi mamá, ahora estoy con mi señora”, recuerda emocionado. Aunque reconoce que el local era muy antiguo, cree firmemente que debe conservarse como parte de la historia: “No vamos a esperar 30 años más cuando yo esté en el otro mundo. Tienen que preocuparse los alcaldes, los senadores… porque el mercado es patrimonio histórico. Se construyó después de la Guerra del Pacífico y eso hay que cuidarlo”

El colegio Las Concentradas, declarado Monumento Histórico Nacional en 2013, también fue gravemente dañado, quedando inutilizable tras la catástrofe del 27F. Lo que antes era un espacio de enseñanza para generaciones de niños y niñas, hoy solo exhibe muros cada vez más deteriorados y ventanas averiadas.

La Parroquia Corazón de María, otro emblema de la ciudad, también fue destruido por el sismo de esa noche:

Gonzalo Olmedo, Historiador del Museo O’higginiano de Talca.

Gonzalo Olmedo, historiador del Museo O’Higginiano de Talca, comenta que una de las principales razones por las que cuesta tanto restaurar estructuras dañadas es el alto costo: “Una restauración puede ser incluso más cara que la construcción de un nuevo edificio”. Además, señala que existen diferencias entre los intereses de las autoridades y los de la comunidad: “Yo creo que hay posturas divergentes entre lo que quiere la autoridad municipal y lo que quiere la comunidad”.

En la siguiente infografía se muestran puntos clave para entender por qué es tan difícil restaurar estructuras patrimoniales derrumbadas:

Para los habitantes de Talca, la pérdida de estos espacios no se mide solo en términos materiales, sino afectivos. Los edificios dañados no eran solo construcciones; eran puntos de encuentro, de memoria, de identidad compartida. Calles como la 2 Norte o la 1 Sur ya no se sienten igual sin las fachadas que las definían. Las generaciones más jóvenes caminan por una ciudad distinta a la que sus padres recuerdan, y en esa diferencia también se ha fracturado parte del imaginario colectivo.

Curicó y Talca comparten una historia común de pérdidas, pero han recorrido caminos distintos en la reconstrucción. Mientras Curicó logró levantar parte de su patrimonio gracias a la presión de comunidades organizadas y una gestión local más activa, Talca ha quedado atrapada entre promesas inconclusas y restauraciones eternamente postergadas. Esta comparación no busca señalar culpables, sino evidenciar cómo las decisiones políticas, la planificación territorial y la fuerza ciudadana pueden marcar la diferencia en el destino de una ciudad tras una tragedia.

El terremoto evidenció las debilidades de un sistema urbano que no supo anticipar los riesgos. Muchas construcciones de adobe, pese a su valor histórico, no contaban con planes de refuerzo ni mantención adecuados. La falta de planificación urbana preventiva, sumada a la lentitud de los procesos burocráticos en torno al patrimonio, dejó a muchas ciudades en una encrucijada: reconstruir respetando el pasado o partir desde cero, perdiendo huellas esenciales. La historia de estas ciudades muestra que proteger el patrimonio no puede depender solo del papel, sino de acciones concretas que lo integren en los planes de desarrollo y lo preparen para el futuro.

Si hubo algo que el 27F no logró derrumbar, fue el sentido de comunidad. Fueron vecinos, estudiantes, fieles y docentes quienes, desde el primer día, comenzaron a limpiar, organizar, levantar y preservar lo que podían. Las procesiones religiosas que no se interrumpieron, los colegios que siguieron funcionando en container, las campañas para reunir fondos y el rescate de documentos históricos, todo fue impulsado por personas comunes que decidieron no dejar morir su historia. En cada acto de resistencia cotidiana, la memoria colectiva fue tomando forma, no como un recuerdo pasivo, sino como un compromiso activo con lo que somos y lo que no queremos perder.

El 27 de febrero fracturó la tierra, pero no logró fracturar del todo el alma del Maule. A quince años del sismo, aún hay muros por reconstruir y heridas por sanar, pero también hay miles de personas que siguen sosteniendo la historia con sus propias manos. En cada adobe que se rescata, en cada escuela que sobrevive en contenedores, en cada imagen restaurada de una iglesia derrumbada, late el testimonio de una región que se niega al olvido. Porque aunque la tierra tiemble, la memoria permanece.