Raíces Sísmicas: La tierra que despertó

El 27 de febrero de 2010 cambió la vida de muchas personas, pero hay que retroceder mucho más allá de aquella madrugada que sacudió al país. Chile ha temblado desde sus inicios. Su tierra está en una persistente tensión, moldeada por placas que chocan bajo los pies de los chilenos que, aunque acostumbrados, nunca están del todo preparados. Esta es una historia que tiene su origen en lo más profundo de la corteza terrestre, atraviesa siglos de desastres y memorias y llega hasta una madrugada que lo cambió todo.

La Región del Maule se estremeció como nunca. A las 03:34 horas del 27 de febrero de 2010, todo cambió. Un sismo de magnitud 8,8 Mw, con epicentro frente a la costa de Cobquecura, sacudió el corazón de Chile y desencadenó un tsunami devastador que arrasó kilómetros del litoral maulino. Esa noche del 27F se transformó en un episodio de terror para miles de personas: oleadas extensas borraron playas, destruyeron viviendas y dejaron una sensación de inseguridad permanente.

“En general, la mayoría de las edificaciones soportó bien, pero las que más sufrieron fueron aquellas con deficiencias estructurales, construidas sobre suelos blandos o que habían sido modificadas sin supervisión técnica”, advierte Karen Poehls, directora de Ingeniería en Construcción de la Universidad Autónoma de Chile. El terremoto no solo expuso las fallas estructurales, también evidenció la precariedad en los procesos de inspección y control de calidad.

Lo que no se puede reconstruir

El impacto fue inmenso, en el Maule, alrededor del 20,7% de la población vio su hogar destruido o gravemente dañado. Según el informe Encuesta Post Terremoto, la zona costera enfrentó una catástrofe digna de una tragedia de ciencia ficción: miles de construcciones destruidas, infraestructura colapsada y caminos transformados en escombros, dejando comunidades aisladas durante días.

Lo material se recupera, pero las vidas humanas no. A nivel nacional, se reportaron 525 muertos y 52 desaparecidos, concentrándose la mayoría en las regiones del Maule y Biobío. El tsunami se llevó consigo a 181 personas en zonas costeras. A nivel regional estudios académicos señalan que hubo unas 76.581 viviendas afectadas, de las cuales 23. 876 fueron destruidas y 52.702 sufrieron daños graves.

Este ha sido solo uno de los tantos desastres en la historia de nuestro país. Por eso, te invitamos a realizar un recorrido a través de un timeline que muestra algunos de los terremotos más significativos en la historia de Chile.

El golpe económico también fue un remezón para el país. Se calcula que los daños a infraestructura, viviendas, servicios y empresas alcanzaron los US $30.000 millones, casi el 17% del PIB de aquel año. El gobierno encabezado por Michelle Bachelet declaró estado de emergencia y lanzó el ambicioso “Plan de Reconstrucción 27F”, cuyo desafío fue abordar no solo la gravedad territorial, con más de 230 comunas dañadas.

Conociendo su historia y relevancia en las localidades, marcadas por los testimonios de ciudadanos que vivieron ese momento de terror y que hoy nos relatan, solo con su voz, lo que ocurrió en aquella madrugada marcada por el miedo.

En la actualidad, se han logrado realizar, con mucho esfuerzo y grandes inversiones, cambios en las ciudades afectadas y en el territorio nacional en general. Muchas calles y edificios se han reconstruido, pero a pesar de los esfuerzos estructurales, en la memoria de los ciudadanos sigue presente el recuerdo de lo que marcó un antes y un después en Chile: la tierra que despertó. Este reportaje busca diagnosticar el estado actual de la infraestructura y el patrimonio de la Región del Maule a 15 años del gran terremoto.

“Somos un país sísmico, pero no todas las zonas resisten igual. No es lo mismo construir en la costa que en el valle o la cordillera, y eso recién se empezó a sistematizar bien después del 27F”, explica Poehls. Esta nueva conciencia permitió establecer zonas de sismicidad diferenciadas y ajustar los criterios de diseño estructural según el territorio.

Cuando la tierra se quiebra y el mar despierta

Para profundizar en este tema y entender las causas detrás de la actividad sísmica de nuestro país, conversamos con Rodrigo Norambuena, profesor de Historia y Geografía de la Universidad Autónoma de Chile, quien explica que “Chile está ubicado en una zona conocida como El Cinturón de Fuego del Pacifico, una zona donde se reúnen todas las placas tectónicas“.  Un punto relevante para comprender cómo fue afectada la Región del Maule, tema que se abordará más adelante.

Nuestro país sufre un proceso puntual. Está justo frente a una placa tectónica de tipo oceánica, que se sumerge  sobre una placa tectónica de tipo continental lo que afecta directamente a la actividad sísmica del territorio“, asegura Norambuena.  Lo anterior alude, en primer lugar, a la placa de Nazca y en segundo lugar, a la Sudamericana, que juntas generan esta zona de subducción (fenómeno geológico en el que una placa tectónica se hunde debajo de otra).

Para complementar la información entregada por Norambuena, utilizamos datos expuestos por Worldatlas, señalando que la placa sudamericana es la séptima placa más grande de las 7 principales a nivel global y que cuenta con una superficie de 16.800.00 millas cuadradas. Por otro lado, se consideran los de Britannica sobre la placa de Nazca, e indica que la superficie de esta es de un aproximado de 6.023.00 millas cuadradas de área. Lo anterior con la idea de que exista una idea del tamaño que ostentan estos segmentos de tierra. 

Todo lo anterior permite comprender cómo se generan los diferentes movimientos sísmicos en Chile. Ahora bien, centrándonos en la catástrofe del 27 de febrero de 2010, no solo ocurrió un terremoto de magnitud 8,8, sino que, desde el fondo marino, se originó un tsunami que arrasó diversos bordes costeros de la Región del Maule, dejando una huella difícil de borrar.

Tsunami: el golpe invisible del mar

Para entender el origen de estos desplazamientos marinos, fundamentales en las repercusiones del 27F, conversamos con Ayleen Gaete Rojas, doctora en Geofísica de la Universidad Católica del Maule, quien explica que “uno de los principales factores que influyó en la magnitud del tsunami fue la profundidad. En el caso del terremoto del Maule, éste fue de aproximadamente 30 kilómetros”, aclara, asegurando que es relativamente superficial.

La doctora menciona que “al ser tan superficial, la deformación que se genera en la corteza a esa profundidad provoca que la masa de agua sobre ella se mueva con mayor libertad. Esa deformación se dio de manera vertical, lo que potencia la formación de un tsunami”. Mientras más superficial es un terremoto, más dañino resulta, pues genera mayor deformación en las zonas costeras afectadas.

Además, existen diferentes instrumentos útiles tanto para la prevención como para la medición de estos desastres. La doctora comenta que “los principales dispositivos para medir en el lugar son los mareógrafos y las boyas que se utilizan principalmente para medir la presión”.

En estos casos, la presión es el indicador que detecta si hay cambios causados por el desplazamiento de una columna de agua, lo que puede activar una alerta. El nombre específico de estos dispositivos es boyastat. Para comprender su importancia, nos remitimos a información entregada por SBG Systems, explica que estas boyas cumplen funciones como controlar las diferentes temperaturas del mar, las velocidades del viento y las corrientes oceanicas. 

Incluso, SBG Systems destaca la importancia de estas en el estudio de las difrentes dinamicas de las ola, patrones meteorologicois y cambios que ocurran en las masas marinas. Todo esto es fundamental para la prevención de desastres naturales. La doctora Ayleen agrega que, para la catástrofe ocurrida en la Región del Maule, estos instrumentos estuvieron disponibles para monitorear el eventual movimiento marítimo, y que algunos están destinados a la investigación, mientras que otros son utilizados para el monitoreo en tiempo real.

Para entender de mejor manera te presentamos a continuación un video para visualizar lo mencionado anteriormente:

Video explicativo del desastre telúrico y marítimo del 27 de febrero del 2010.

Lecciones desde la tierra: el sismo como maestro en la construcción chilena

Chile no solo tiembla, también aprende. Tras el terremoto del 27 de febrero de 2010, se evidenciaron vacíos en la fiscalización y errores en las construcciones que hoy sirven como advertencia. Para Karen Poehls, el problema no radica únicamente en los temblores: “Muchas veces, por temas de costo, utilizan fierros de distinto diámetro al que definió el calculista”, explicó, apuntando a decisiones que comprometen la resistencia estructural.

La infraestructura de la época también influyó en los niveles de daño. En regiones como el Maule, muchas casas seguían siendo de adobe. “Hay muchas casas de adobe que efectivamente soportaron bien y hay muchas que no. Las que menos resistieron fueron las que ya les habían modificado las techumbres”, señaló Poehls. Según explicó, esas viviendas funcionan por peso, y al reemplazar las tradicionales tejas por cubiertas metálicas, perdieron estabilidad.

Una de las causas más comunes de daño en edificaciones, según la especialista, son las modificaciones hechas sin supervisión técnica. “Si esa modificación no está realizada por un calculista, lo más probable es que uno corte elementos estructurales que son necesarios para soportar los sismos”, advirtió, enfatizando que incluso los cambios aparentemente inofensivos pueden debilitar severamente una vivienda.

Además, no todo está en los materiales: el suelo importa, y mucho. Poehls destacó que los suelos blandos —como los limosos o arcillosos— presentan un alto riesgo. “Cuando hay algún movimiento, las partículas se empiezan a separar. Entonces, al final queda tu estructura sola, sin sujeción”, explicó.

Finalmente, también hubo un giro en la responsabilidad profesional. “Se empezó a definir quiénes son los más responsables y que le tomes peso a que tú vas a firmar esos documentos”, dijo Poehls, haciendo hincapié en que los ingenieros que firman proyectos hoy son responsables civilmente, lo que busca evitar errores estructurales que puedan costar vidas.

Vivir sobre el filo

Chile es un país sísmico. Esa no es solo una característica geográfica, es parte de su identidad. La tierra bajo los pies tiembla con frecuencia, y ese movimiento constante ha moldeado más que cerros y costas: ha dejado cicatrices en la memoria colectiva, ha definido cómo se construye, cómo se vive y, sobre todo, cómo se recuerda. No es casualidad que generaciones enteras sepan de memoria dónde estaban cuando ocurrió “ese” gran sismo.

Al sur del continente americano se extiende un país largo y angosto que parece caminar entre extremos: la cordillera por un lado, el océano Pacífico por el otro. Pero también hay un tercer factor invisible: la tensión bajo la superficie. Chile está asentado sobre el Anillo de Fuego del Pacífico, la zona más activa del mundo en términos sísmicos. Y vivir aquí significa convivir con esa amenaza latente, con placas tectónicas que crujen en silencio hasta que un día lo gritan todo.

Según el Índice de Riesgo Mundial de 2024, Chile ocupa el lugar 39 entre 193 países más vulnerables a múltiples catástrofes:

  • Terremotos
  • Tsunamis
  • Inundaciones
  • Ciclones
  • Aumento del nivel del mar

Pero estas cifras no se quedan en el papel. Se traducen en edificios que deben reforzarse, en simulacros escolares, en madres que duermen con las mochilas de emergencia junto a la cama.

El sismo más fuerte registrado en la historia

Hay una fecha que marcó la historia sísmica del mundo, esa es el 22 de mayo de 1960. Aquel día, Valdivia se convirtió en el epicentro del terremoto más poderoso jamás registrado por la humanidad: 9,5 en la escala de magnitud momento, acompañado de un maremoto que arrasó pueblos enteros. El país quedó conmocionado.

El Dr. Pablo Sánchez, director de la Escuela de Geología de la Universidad Austral de Chile, escribió que el sismo modificó la geografía de la ciudad. El suelo se hundió hasta dos metros, aparecieron humedales donde antes había casas y el paisaje se transformó para siempre.No fue solo un fenómeno natural; fue un antes y un después. Y desde entonces, cada vez que la tierra se sacude, Chile vuelve a ese trauma fundacional. Aún con tecnología, planificación y normas sísmicas, queda una verdad simple: no hay modernidad que pueda eliminar por completo el miedo cuando tiembla la tierra.

Ecos de la catástrofe

Debido al devastador terremoto del 27F, y como se ha mencionado en reiteradas ocasiones a lo largo de este capítulo, fueron cientos las víctimas afectadas por el cataclismo. Es por ello que la mejor manera de entender cómo fue este desastre es a través de la voz de quienes lo vivieron.

A continuación, se presentan algunos de los testimonios de ciudadanos que enfrentaron el movimiento telúrico. Entre ellos está José Sepúlveda, un hombre de 67 años que vivió el sismo en Villa Alegre. “En ese momento estaba con mi familia y lo único que pasaba por mi cabeza era que se iba a caer la casa, y que tenía que salvarme yo y mi familia”, comenta. Recuerda aquel instante como un momento muy difícil.

Al momento del terremoto me encontraba con mis dos hermanas, no había nadie más, y solo atinamos a huir lo más rápido posible”, asegura. Su experiencia no fue única: esa noche, muchas personas se encontraban en sus hogares junto a sus familias, intentando salvaguardar sus vidas en medio del caos.

José, un hombre de carácter fuerte y de avanzada edad, señala que “no hubo daño psicológico; lo que sí hubo fue daño material. Igual es bueno, lo material se recupera, pero lo psicológico queda”. Respecto a su comunidad, agrega: “Realmente, la mayoría de la gente era de la tercera edad y tuvieron problemas de salud. Pues son viejos, y entre el polvo y los escombros algo pasó, pero los demás solo fue la reacción de las casas que se cayeron”.

La mayoría de las partes donde estábamos se derrumbaron porque las casas eran de adobe. Eran casas antiguas, de 200 o 300 años, todas de adobe, y se cayeron todas. Muchos destrozos alrededor”, relata José, aludiendo a la fragilidad de la infraestructura de entonces. Sobre los servicios básicos, agrega: “Sufrimos daños eléctricos y del agua, pero no tanto, porque nosotros ocupábamos agua de noria. Pero lamentablemente las norias después se quedaron secas. No hubo agua por un tiempo”. Pese a que días después llegó el municipio, critica la respuesta institucional: “Las ayudas fueron muy escasas, casi mínimas”.

Siempre hay que estar prevenido. Creo que, en ese sentido, nosotros como familia y como comunidad, desde ese día estamos siempre atentos a cualquier desastre. Porque ahora, para cualquier terremoto o temblor fuerte, creo que no hay ninguna persona que no esté preparada”, concluye José, dejando una reflexión sobre lo vivido en el 27F.

Estábamos en mi casa luego de un cumpleaños. Yo ya estaba acostada, estaban dando el festival esa noche. Salí para el patio y nunca imaginé que iba a ser tan fuerte”, recuerda María Isolina Bravo Parada, una mujer de 72 años, otra de las tantas víctimas de la catástrofe. Luego vino lo peor: “Salimos, arrancamos y empezaron a caer las cosas. A mi casa no le pasó nada porque era nueva, pero las cosas caían de manera brusca. Se movía el suelo de forma terrible”.

Tras el sismo, su hijo fue a ver cómo estaban. “Mi hijo vino a la casa de la suegra a ver qué pasaba en la noche y de ahí recorriendo. Estuvimos como cuatro días sin luz, sin nada. Y cuando llegó la luz, ahí nos dimos cuenta de lo que había pasado”, relata. Como muchos, María vivió los primeros días aislada, sin saber el nivel de destrucción en otras zonas del país.

Luis Gutiérrez tenía 54 años cuando el terremoto del 27 de febrero remeció a Chile. Esa noche estaba acostado viendo el Festival de Viña junto a su madre cuando comenzó a temblar. “Fue una cosa rara, porque no reaccioné en el momento, sino que me quedé en la cama nomás, pensando en lo que estaba pasando”, recuerda. El movimiento parecía interminable. Solo cuando cesó, se levantó. “Anduve el día entero en medio de la calle, de puro miedo. Andaba en calzoncillo”.

Vivía con su madre en la población Independencia, en Talca, en una casa entregada en 1962 que, contra todo pronóstico, no sufrió daños. “No le pasó nada. Ni una muralla partida, nada”, afirma. Aun así, el impacto emocional fue fuerte. “Fue el miedo… mi mamá era muy religiosa y se puso a rezar”. Tampoco recibieron ayuda oficial: “Nada. Ni una cosa. Lo que se quebró fueron losas, platos. Nada más”.

En su comunidad, la reacción fue más tranquila. “Estábamos todos afuera, conversando, porque nos conocíamos de años. Pero como las casas no se dañaron, fue todo más tranquilo”, relata. Sin embargo, el corte de luz y la falta de agua marcaron los días siguientes.

Luis también recuerda otro terremoto, ocurrido en su infancia, alrededor de 1965, cuando estaba hospitalizado en el segundo piso del área de pediatría. “Ahí sí que fue caótico. Todos arrancaron y quedamos los niños solos, calladitos. Éramos como ocho”, rememora. Fue de día, lo que evitó mayores confusiones, pero no el abandono momentáneo.

Hoy, más de una década después del 27F, reconoce que el miedo ya no es el mismo. “Uno se acostumbra. Es como todo chileno, que ya después pasa a ser casi normal”, reflexiona. Aun así, el recuerdo de aquella madrugada, su madre rezando, los platos cayendo y él en la calle, desorientado, sigue muy presente en su memoria.

A lo largo de este capítulo se incorporaron diversas voces, tanto de especialistas como de víctimas, quienes entregaron datos, testimonios y reflexiones en torno a esta gran catástrofe. Por ello, a continuación les presentamos un recorrido interactivo en Genially, donde podrán conocer sus relatos, escuchar sus voces y ver las fotografías de quienes formaron parte de este contenido.

Para ir finalizando este capítulo te invitamos a realizar la ruta de la propagación de este gran movomiento telúrico a travéz de un Google Earth Voyager interactivo, que te mostrará desde el epicentro del terremoto y cada una de las localidades afectadas en orden. Además de contar con imágenes y videos que muestran un poco de lo que fue este suceso y destrozos.